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Y de la forma más cruel posible, Inglaterra se quedó a las puertas de la historia con final feliz. Los Three Lions cayeron, por penaltis, ante Italia, en Wembley. Esperábamos que la moneda cayera de cara para la selección inglesa, que había llegado a la final dejando algunas dudas sobre su juego, pero no sobre los resultados.

La final, de hecho, no pudo empezar mejor. Antes del minuto 2 de partido un contraataque gestado por Harry Kane, tuvo en Kieran Trippier y Luke Shaw a sus mejores compañeros de viaje. Ambos carrileros, titulares en el novedoso esquema de tres centrales que dispuso Southgate, mostraron el porqué de su elección. El del Atlético llegó al pico del área y puso un balón con música al segundo palo para que el del Manchester United, a bote pronto y con el empeine, fusilara a Donnarumma. Wembley loco. El partido más importante de la historia de los Three Lions en estos últimos 55 años, de cara.

Inglaterra fue, durante los 120 minutos que duró la final, el claro ejemplo de lo que habíamos visto durante las tres semanas de torneo. Fue el partido perfecto para resumirlo.

Tras el gol de Shaw los de Southgate siguieron presionando arriba, intentando que Italia no encontrara a Barella, Jorginho o Verratti y que, de esta forma, la fluidez del juego de los de Mancini se resintiera. Y vaya si se consiguió. El seleccionador inglés introdujo a Mount y Sterling arriba, jugadores con tendencia a ir al centro, para dejar toda la banda a sus carrileros, y parece que funcionó a la perfección. Emerson y Di Lorenzo no las veían venir y por ahí tuvo su filón Inglaterra durante la primera mitad.

No solo eso, sino que gracias a ese esquema en el que nadie ocupaba la zona del ’10’ de inicio, y con el gol como mejor ejemplo, pudimos por fin ver la versión de Kane más propia de cuando viste del Tottenham. El ‘9’ bajaba a ayudar en la circulación, se giraba y abría a una de las bandas para darle continuidad al juego y entrar al remate desde atrás. El de Walthamstow dio una buena muestra de lo que es como delantero.

Sin muchas ocasiones a favor, pero con un buen control sobre lo que estaba ocurriendo en el césped, Inglaterra se fue a los vestuarios con medio trabajo hecho.

Y al salir es cuando vimos la otra versión de esta selección, la que menos nos gusta. Inglaterra salió al segundo tiempo demasiado consciente de lo que tenía entre manos. Y tuvo miedo de perderlo.

Italia, en cambio, mostró ese juego que nos enamoró en los primeros partidos de Eurocopa. Fluidez en la circulación, balones a Chiesa y que el de la Juventus agitase con su desborde. Southgate apostó por replegarse y dejar la presión que tan bien había funcionado. Los de Mancini fueron creciendo, sintiéndose cómodos con la posesión en campo rival. Y en la acción que más controlada debía tener Inglaterra, un córner en contra, Verratti se anticipó al segundo palo para rematar a la madera y que el más listo de la clase, Bonucci, mandara el rechace al fondo de la red. Vuelta a la casilla de salida.

En ese momento, el seleccionador inglés cambió el esquema al que venía usando durante toda la competición. Introdujo a Saka por Trippier y volvió al 4-2-3-1 que le había llevado hasta el partido decisivo. El del Arsenal, al revés que en el resto de partidos en los que participó, no estuvo demasiado acertado y el encuentro mantuvo la tónica Azzurri. Henderson fue el escogido por Southgate para intentar darle pausa a la posesión inglesa, pero el del Liverpool tampoco tuvo el efecto esperado.

Uno miraba al banquillo inglés y se preguntaba si podía haber otras opciones para entrar y darle un vuelco a la final. Rashford, Sancho, Grealish… éste último entró en el minuto 100 de partido, seguramente 100 minutos tarde, como durante todo el torneo. También es justo reconocer que cuando mejor ha funcionado ha sido saliendo desde el banco… pero con tiempo. Y eso, tiempo, es lo que no tuvieron ni Sancho, ni Rashford. En una prórroga que tuvo más color blanco que azul, pues Inglaterra recuperó, o intento recuperar, la versión de la primera mitad, los dos jugadores del Manchester United salieron para disputar los tres minutos de descuento y poder tirar el penalti.

Kane, Sterling, Grealish, Rashford, Sancho, Saka en el campo. Especialista, solo Kane. Pero futbolistas, todos, de plena confianza para la pena máxima. Y así como meter a Tim Krul le salió bien a Van Gaal en el lejano 2014 ante Costa Rica, a Southgate la suerte no le sonrió. Tiró Kane, tras el gol de Berardi, y lo metió. Falló Belotti y Maguire la puso en la escuadra para darle ventaja a Inglaterra. Bonucci hizo su trabajo y Donnarumma le acertó a Rashford para mantener el empate. Empezaba la pesadilla. Bernardeschi lo mandó a la red y Sancho marró el suyo.

Si metía Jorginho, el especialista italiano, los suyos eran campeones. Jordan Pickford le ganó la partida, dándole una vida más a Inglaterra. Bukayo Saka asumió, a sus 19 añitos, la responsabilidad. Debía anotar. Donnarumma se hizo grande y se lanzó a su izquierda para entrar en la historia de Italia, campeona de Europa en Wembley.

La sensación que quedó es que Inglaterra, durante todo el torneo, no supo sacar todo el jugo del que disponía. Y el ejemplo perfecto es ese cambio en el minuto 119 de la final para que dos jugadores como Rashford y Sancho, titularísimos en casi cualquier otra selección de la Eurocopa, entraran a tirar únicamente sus penaltis.

Sabor agridulce de los Three Lions, que alcanzaron cotas inexploradas en la competición continental, pero que dejan ese “y si…” en el aire que duele.

✍️ Adrià Jiménez Muñoz

🗓️ (13/07/2021)

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